30 août 2006

 





MUERTE SÚBITA





Uno es amo de lo que calla
y esclavo de lo que dice...

Anunciar muy suelto de huesos la muerte del lider de su partido, el ex presidente Valentín Paniagua, sin cruzar información, ha sumido al congresista Víctor Andrés Bealúnde, autor de la patinada, en un laberinto de falacias del que no podrá escabullirse sin ser corneado por el minotauro de su propia necedad.

Resulta patético verlo rebuznar y tirar patadas. Pregonar su ingenuidad. Defender una inocencia en la que ni cree.

No hay nada más penoso que ser el abogado de nuestra propia estupidez.

Le ocurre a Víctor Andrés Belaúnde lo que le ocurre al que cae en un pantano de traicioneras arenas movedizas. Cuanto más intenta salvarse más se hunde.

Fue pueril lo que hizo. Ser el adelantado, el emisario, el heraldo de una "primicia" que pensó le iba a dar réditos políticos. Ante sus correlegionarios, sus opositores y ante la opinión pública. El escenario era propicio. El congreso. Per0, sus cálculos de gloria le fallaron. La solemnidad que mostró en el hemiciclo al dar la noticia se ha vuelto para él en una pesadilla de la que jamás despertará.

Al negar la realidad y buscar los tres pies al gato, echandole la culpa incluso a su secretaria, Belaúnde no ha hecho otra cosa que echar más barro a nuestra desacreditada clase política.

Con lo fácil que hubiera sido decir, decentemente y con la frente en alto, "lo siento, pero la cagué..."

No hubiera alcanzado para salvar el pellejo pero, por lo menos, hubiera restituido un poco de honor y de dignidad a un Congreso devaluado.

Paniagua sigue vivo.

Belaúnde, en cambio, no sabe que ahora el muerto es él.








1 août 2006

 



El últimito y nos vamos...



En el último acto de su mandato Toledo tuvo una distracción de beodo. Después de echarse un discurso de despedida se olvidó de entregar la banda presidencial que portaba en el pecho. Cuando se lo advirtieron Toledo volvió avergonzado sobre sus pasos recibiendo mofas y carcajadas.


Toledo ha sido el único presidente que no ha ocultado su apego a la botella.

En estos cinco años, firmó decretos y destituciones, elaboró discursos y los declamó entre chorros de whisky y cubitos de hielo.


Beber ha sido parte del ejercicio de sus funciones de Estado. Un ejercicio ejecutado sin elegancia pero sí con persistente nobleza. Un vicio que él llevó hasta el límite del sacrificio. Como Alfonso Ugarte la bandera en el morro de Arica.

Ha dicho Toledo, a sus íntimos, que sólo borracho se puede gobernar un país como el Perú.

Pero, no nos rasguemos las vestiduras.

Los peruanos solemos arreglar en las cantinas los problemas nacionales y domésticos. Que al final de cuentas es lo mismo. Y eso fue lo que hizo Toledo desde el bar de Palacio.

Ha sido el suyo un gobierno inspirado por los efluvios del alcohol. Una borrachera fría y calculada, de camionero de Pasamayo maldito, de chofer de ómnibus interprovincial,
de conductor de precipicios y serpenteantes caminos.

País de extremos el nuestro.

Pasamos de un presidente abstemio pero ebrio de poder como Fujimori a otro que gobernó borracho. Curtidos estamos. Que nos echen encima una vez más al presidente litio.






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